Había visto la montaña mágica del
Machu Picchu y los Andes en documentales de televisión, en libros de fotografía
y en revistas de viajes y arqueología. Y me parecía fascinante. Pero solo
cuando llegué y vi en vivo aquellas ruinas entendí porqué está considerada una
de las maravillas del mundo antiguo.
Jamas
había visto algo tan hermoso. No por las ruinas en sí, que no dejan de ser un
yacimiento arqueológico formado por piedras milenarias. Es el lugar, la
espectacularidad del paisaje, la magnificencia de los Andes, el subir lo más
cerca posible del cielo y observar que hasta allí llegaron siglos atrás los
hombres. Gentes como nosotros, con sus dioses, sus ritos, su organización, sus
leyes y su manera de vivir. Pero... ¿Allí arriba? Se queda uno perplejo.
Es uno de los destinos turísticos
más visitados del mundo. Hay que comprar el ticket con antelación y soportar
colas infinitas para subir en bus hasta la cima. Otros valientes lo hacen a pie
disfrutando la experiencia de la caminata. Da igual, de verdad. Da lo mismo.
Ves llegar a los turistas y al contemplar las vistas sus caras cambian. Sus
rostros se iluminan.. ¡Dios, mereció la pena el esfuerzo para llegar hasta
aquí! ¡Eso no lo esperaba tan... tan... guau! Son las expresiones de los
visitantes, que quedan maravillados como niños. Y no es para menos. Es tal la
grandiosidad de las montañas, del enclave donde se fundó la ciudad ahora en
ruinas que uno se siente sobrepasado.
Las colas para hacerse fotos en
los lugares con mejores vistas se llevan con paciencia y con charlas entre
turistas de mil lugares del mundo. Recuerdo haber hablando con gentes de aquí y
allá, de religiones culturas y países bien diversos. Y nadie negaba lo
evidente: aquello, el Machu Picchu, no lo van a olvidar en la vida. Como al
pueblo de Aguas Calientes, a los pies del yacimiento, una pequeña localidad
andina en la que merece la pena pasar una noche o dos. Sus gentes, peruanos
alejados de todo, viven allí en una especie de aldea idílica en la que ven
llegar y marchar turistas mientras ellos conservan su ir y venir amable y
calmado. Son cariñosos y se les aprecia enseguida. Viven con poco pero son
felices. Y saben que aunque los turistas llegan más equipados, con más dinero y
de países donde se vive "mejor" que allí... Ellos parece que no
envidien a nadie. Saben que están en uno de los últimos lugares especiales de
La Tierra.