lunes, 9 de mayo de 2016

Laponia, la tierra de Santa Claus

Cada navidad vemos en las noticias de televisión como Papa Nöel lo tiene ya todo listo para empezar a repartir sus regalos la noche del 24 de diciembre. Siempre me había llamado la atención esas imágenes de renos y nieve, samis (los pueblos oriundos de esas tierras lejanas) y las casitas de madera con humo saliendo de las chimeneas. La estampa la vemos cada año por la tele al llegar la Navidad pero... Es un destino turístico. Y Laponia se puede visitar!!

No soy muy amante de los viajes organizados y en grupo, pero en el caso de Laponia tomé la decisión de contratar un pack con todo incluido para ahorrar tiempo y disfrutar del viaje como una niña. Y es que sin duda es un destino ideal para niños o adultos con espíritu infantil. No es de extrañar que, a pesar del precio (un viaje de estos a Laponia no es nada barato), sea un éxito cada temporada entre papás con niños pequeños.

De entrada hay que escoger bien la zona. No es lo mismo alojarse en Rovaniemi, la capital de Laponia y una ciudad cercana al Círculo Polar Ártico plagada de hoteles o alejarse a una zona de montaña y alquilar una cabaña de madera (con sauna finlandesa incluida) en medio de la nada. La experiencia gana en autenticidad y encanto.

Yo decidí hacer el viaje cerca de las fechas navideñas (durante el Puente de la Inmaculada) para así sentir aún más la llegada de la pascua de una manera especial. Es una época del año en la que allí arriba, llegando al fin del mundo, la luz es escasa. No amanece hasta las 9am y sobre las 16h empieza a anochecer. El sol es algo inexistente y todo el día se percibe una tenue luz solar grisácea que pone a prueba el buen humor de los lapones. Hay que abrigarse bien. Dependiendo del año las temperaturas pueden ser duras y caminar con nieve hasta las rodillas te hace poner a punto las piernas. Por eso nada más llegar a tu cabaña te espera un pesado traje-plumón que junto a botas y guantes, van a ser tu segunda piel esos días. No es fácil, sobre todo cuando toca ir al WC...

Grandes y pequeños se meten en la experiencia desde el minuto uno. Caminar por la nieve, ir a un lago a pescar en el hielo, pasear en un trineo de renos, visitar un zoo del ártico con todos los animales típicos de la zona, aprender algo de la cultura sami (interesante manera de vivir la de las gentes laponas) o practicar esquí de fondo. Y entre las actividades estrella hacer una ruta por el bosque en una moto de nieve, participar en una carrera de trineos tirados por perros huskys y visitar la casa de Papa Nöel. Recuerdo a los perros tirar de nuestro trineo emocionados y disfrutar más que nosotros. Con una enorme potencia nos demostraron lo que es trabajar en equipo. Es una de las experiencias más bonitas que he vivido. Los perros ladraban de felicidad, pero yo... Yo creo que también!  

El día antes de regresar teníamos cita con Papa Nöel. Puede parecer una tontería pero todos andábamos muy nerviosos y emocionados. La verdad es que el recinto preparado para acoger a los visitantes está pensando al detalle. Un centro comercial con tiendas solo de artículos de Santa Claus es como un pastel a la puerta de un colegio. También lo es el puesto de correos, desde donde puedes enviar tus postales de felicitación de las fiestas con sello de la casa de Santa. Y finalmente la espera para entrar, familia por familia, a verle. A él! ¿Os podéis hacer una idea de la cara de los niños, verdad? No, creo que no. Muchos adultos también estábamos emocionados haciendo cola acompañados por los elfos. Que delicia de edificio. Me recordó a la película Charlie y la fábrica de chocolate, pero versión navideña.


Este viaje tan especial lo hice con mi hermana y creo que durante esos días y más especialmente en ese momento en que se abrió la puerta de Santa solo para nosotras, por unos minutos volvimos las dos a la infancia, cuando corríamos la mañana del 25 de diciembre a ver qué había debajo del árbol. Sin duda, uno de los viajes más emotivos. No fue un viaje, fue una experiencia vital inolvidable. Fue regresar a la  niñez. 


































lunes, 2 de mayo de 2016

Oporto, el encanto de lo decadente

La segunda ciudad más importante de Portugal es para mí la primera en encanto. He ido en dos ocasiones y en las dos he encontrado que Oporto me gusta. Y me gusta mucho; sobre todo su casco antiguo, que es Patrimonio de la Humanidad. No me extraña!

Porto (=puerto en portugués) es una ciudad pequeña, acogedora y tranquila que nos pilla muy cerca de casa (hay vuelos directos y baratos cada fin de semana) y que nos permite esa escapada romántica en pareja a un destino cuyo encanto está en que se quedó parada en el tiempo, conservando ese aire de antigua ciudad señorial de gentes pudientes gracias a ser un enclave comercial destacado en Portugal.

Oporto tiene varios puntos turísticos interesantes y fácilmente se puede ver en un fin de semana. Yo recomiendo hacer la visita en primavera o en otoño. Habrá menos turistas y si corre un poco de aire, de ese aire fresco que trae el Atlántico a través del rio Duero, nos dará aún más esa sensación de nostalgia de una época que fue gloriosa. Ver pasear a las parejas abrigadas cogidas de la mano, haciéndose fotos aquí, tomando un dulce portugués allá... Es muy romántico.

El icono de la ciudad es el Puente de Don Luis I, construido por un discípulo de Eiffel. Desde arriba, desde abajo, de un lado o de otro. Ese puente es emblemático y además ofrece unas vistas exquisitas de la Ribera, toda la zona que toca al río y que es imposible que  sea más preciosa. A un lado las casitas de colores del barrio de Miragaia y al otro la Nova Vila da Gaia y sus tejados, los de las bodegas  que tanto renombre mundial le han dado a la ciudad y a sus vinos.

Imprescindible pasear por el Mercado do Bolhao, decadente y con un aire nostálgico muy acorde con esas callejuelas plagadas de fachadas de azulejos que, unos sí y otros ya no, aún siguen en pie resistiendo contra viento  y marea.  La librería "Lello e Irmao" es encantadora, por eso Hollywood se fijó en ella y rodó allí varias escenas de las aventuras de Harry Potter. Algunas iglesias siguen fielmente ese estilo portugués de embaldosar las fachadas, con el blanco y el azul como protagonistas. Así es por dentro también la estación de tren, a la que si viésemos llegar una antigua locomotora (humo incluido) nos parecería lo más normal del mundo. Un paseo que os recomiendo es bajar al la Ribera desde lo alto de la ciudad por un barrio que hay justo al lado del puente de Don Luis I. Esas callejuelas con casas antiguas, ahora ocupadas por tiendas de pequeños artistas y artesanos, es una delicia.

A pesar de toda esta nostalgia, la rua de Santa Catarina es una animada zona comercial donde mucha gente joven compra y comparte charlas y cafés. Y es que Oporto es una destacada ciudad universitaria. Yo tuve la suerte de que mi visita coincidiera con su fiesta de "queima das fitas", cuando los universitarios se visten con sus capas negras largas y sus cintas de colores de cada facultad y celebran sus aprobados... O suspensos! Esa fiesta es todo un espectáculo. Ver una calle entera de universitarios vestidos de negro, con sus capas elegantes... Sorprendente!!

Imprescindible pasear siguiendo el río hasta su desembocadura al mar. Allí,  en Foz de Douro, está el barrio de gente chic y con dinero de la ciudad, que vive a las afueras frente a unas vistas espectaculares del mar, el faro de Oporto y algunas fortificaciones antiguas. Para los turistas está el tranvía (de época!), que en 20 minutos de paseo te acerca a ese barrio y a la zona de playas.

Ir a Oporto y no probar el bacalao en cualquiera de sus variantes sería casi un delito. Igual que no armarse de valor y estómago para probar una francesinha, bocadillo típico de la gastronomía lusa moderna super potente y que pondrá a prueba tu colesterol. Oporto tiene mil y un garitos y restaurante para comer bien y a buen precio y eso, hay que aprovecharlo. Otro motivo más para ir y repetir.

En general Oporto es la escapada perfecta: una ciudad encantadoramente nostálgica y antigua, con mucho para pasear y descubrir. Pero a un ritmo pausado, con calma, casi como la propia ciudad. Y es que Oporto es de otro tiempo, de otra época.