Decir Bahamas (del español "baja mar") es soñar
con paraísos de aguas cristalinas y arena blanca. El Caribe en sí conforma un
paisaje de postal en cada una de sus versiones. Otra cosa es cómo se vive en
Cuba, Jamaica, Haití o República Dominicana, por nombrar las más populares para
nosotros. Pero decir Bahamas es otra historia porque es el destino de playa
número uno en EEUU. Tanto es así que algunos yanquis, sobre todo los que viven
muy bien en el país del Tío Sam, tienen en Bahamas su segunda residencia, la de
verano.
De las 700 islas que dan nombre a las Bahamas, Eleuthera (del
griego "libertad") fue la primera en la que los ingleses en busca de
libertad religiosa fundaron un primer asentamiento. Hoy en día Eleuthera es el
exclusivo paraíso particular de muchos ricachones americanos que buscan un
oasis de aguas turquesas y ese característico color rosado de la arena (arena
con un cierto tono rosado provocado por los restos de coral). El mejor reclamo
para el turismo.
Los que no tenemos residencia allí pero queremos ver cómo
viven los que sí pueden permitírselo, podemos coger un ferri desde Nassau (la
capital de Bahamas) y visitar un área de la isla que es el "top" de
playas de la zona: Harbur Island. De entrada sorprende ver la cantidad de gente
que se mueve cómodamente con carritos de golf y bicicletas en vez de automóvil
(más barato y ecológico). Pasear por las calles del pueblo de Harbur Island es
contemplar la más pura esencia Caribe con influencias british, africanas y
cristianas todo en uno: iglesias urbanizadas en terrenos llenos de palmeras,
con casitas de madera pintadas de colores.
Tuve la ocasión de hacer mi visita a Harbur Island en
pascuas y me sorprendió ver el portal de Belén y el árbol de Navidad bajo un
sol y un ambiente tan caribeño. También me di cuenta de qué bien viven los
ricos y famosos en ese rincón perdido del mundo: la isla es una joya de cayos
arenosos, vegetación exótica, aguas turquesas en un ambiente exclusivo y
solitario. Allí no hay pareos en la arena, ni vendedores ambulantes de cocos.
No ves grupos de jóvenes armando bulla, ni tiendas de colchonetas y gorritos.
Allí te cruzas de vez en cuando con parejas paseando por la orilla del mar,
algún hombre que juega con su perro... Y sobre todo lo que ves son
espectaculares mansiones a pie de playa. Casas aisladas, divinas. Y te
imaginas quién vivirá y qué habrá hecho en la vida para poseer tal privilegio.
Recuerdo caminar por Harbur Island como el niño pobre al que
por una tarde le dejan pasear por una gran tienda de juguetes. Solo para que
mire y vea lo bonito que es todo. Luego, por la tarde, con el ferri, vuelta a
tu humilde hotel de Nassau.