martes, 14 de julio de 2015

Fundación Vicente Ferrer, el sentido de la solidaridad

Hará cosa de un año y pico entrevisté a Imanol Arias. Acababa de llegar de la India, de la Fundación Vicente Ferrer donde había rodado la película que explicaba la vida del misionero catalán. Sus ojos brillaban de emoción. Estaba impactado por la obra del padre Vicente y lo que había conseguido de la nada. Imanol se había vuelto un incondicional de su causa.

A los pocos meses decidí viajar a la India.  Cuando planifiqué la ruta no pensé en visitar la Fundación. Pensé... ¿Para qué ir a ver la pobreza y la miseria como si se tratase de un zoológico? Pero estaba muy equivocada. A la Fundación Vicente Ferrer hay que ir para entender lo que solo personas como Ferrer sentían:  verdadero amor por los más desfavorecidos. Cuando visitas aquello lo entiendes todo, porque si miras la cara de los niños, ¿Cómo te vas a ir de allí?

La fundación está ubicada en una zona de la India por donde no pasan las rutas de turistas ni hay apenas atractivos que pueda estimular su visita. Hay que llegar hasta el aeropuerto de Bangalore (ciudad donde ves esa India moderna y rica, de coches de alta gama y apartamentos de lujo) y coger un taxi (o el tren) para viajar dos horas hasta Anantapur, una ciudad fea y seca de esas donde la vida parece que se quedó parada bastantes años atrás.

En Anantapur, delante del edificio del gobierno (como un ayuntamiento), hay una figura dorada a tamaño natural: es Vicente Ferrer, "Fader Férer" como le llaman allí. La fundación está ubicada a las afueras y es una especie de colonia que, a simple vista, parece destinada a acoger a niños que están de campamentos. Son los barracones para los visitantes, la mayoría españoles interesados en conocer la obra de Ferrer. Muchos son padrinos y colaboradores. Otros simplemente viajeros españoles que se pasan por allí interesados por ver la fundación. Todos, miembros o no, son recibidos por igual. Allí nadie paga nada por la estancia y la comida.

Los dos o tres días en la fundación son una experiencia única: visitas colegios, centros médicos y hospitales, pequeñas aldeas de gente humilde. Todos veneran al padre Vicente y te agradecen la visita como si fueses tú el único que ha hecho algo por ellos. Es increíble ver al equipo de la fundación (españoles e indios) trabajar mano a mano para ayudar aquí y allá. Escucharles hablar de Vicente y de su obra, asistir a una charla de su esposa, o visitar la tumba de Ferrer,  junto a un parque en el que juegan los niños al salir de la escuela. La energía del padre Vicente está por todos lados y le veneran como a un santo. Uno queda sorprendido por la cantidad de mensajes de bondad al prójimo que hay en cada edificio.

Visitar la fundación es descubrir un mundo de pobreza y humildad dignificada. Por eso los turistas y viajeros se sienten conmovidos por tanto trabajo conseguido y por esa humanidad, calor, cariño y aprecio que desprenden niños, padres, médicos, colaboradores...

En mi caso pude además comprobar en mi propia piel lo que significa enfermar en un lugar tan desvalido. Fui una de esas visitantes que, como suele pasar, cae con una diarrea del viajero que se complica tanto que tuve que ingresar en uno de los hospitales de la fundación. Cuando estaba allí rompí a llorar. Estaba asustada. La señora de la fundación que me acompañó (mi "madre india" decía ella) me acarició y me tranquilizó: "No te asustes. Atendemos a muchos españoles que nos visitan y enferman. Es algo normal en este hospital". Me trataron con mucha profesionalidad y  las dos horas de haberme puesto suero me recuperé, me dieron medicación para varios días (todo gratis) y pude marcharme y seguir con mi viaje. Recordaré siempre las palabras de mi "madre india" cuando le di las gracias: "Hace unos años no podríamos haberte ayudado porque aquí no había nada. Pero en este hospital te has curado. No nos des la gracias. Dáselas a Vicente. Nosotros solo seguimos su camino". Lo recuerdo y me sigo emocionando.
























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