Desde niña me había fascinado ver a esos corresponsales de
televisión que aparecían delante un edificio de colorines que parecía una
inmensa casa de muñecas. ¡Algún día iré! (pensaba yo). Todos los turistas vamos
buscando la foto delante de la catedral de San Basilio. En directo no
decepciona. Es pequeña, bonita y algo super original.
Pero Moscú es mucho más que la Plaza Roja y su inmenso
Kremlin, con la catedral de San Basilio al fondo, como guinda del pastel. Moscú
es una ciudad que nos regala momentos en los que podemos llegar a sentir y
entender cómo era la vida al otro lado del famoso telón de acero, cuando la
URSS y el bloque comunista en general eran "el enemigo número uno del
planeta". Hemos visto en documentales y películas sus edificios, su estética
(que sigue fascinándonos todavía) y su estilo de vida. Porque aquello sí que
era vivir de otra manera totalmente diferente. Y eso nos genera curiosidad,
aunque sepamos que vivir bajo ese régimen
no fue precisamente una fiesta.
Moscú es conocida por la monumentalidad de sus edificios
comunistas y de sus estatuas que rinden homenaje al régimen y a toda una época.
Lejos de haberse devaluado, los moscovitas han sabido evolucionar sin dejar de
reconocer y aceptar su pasado. El metro es un buen ejemplo; sobre todo las
famosas paradas de la línea circular, la más céntrica. Son museos de
iconografía comunista que siguen en pie por su innegable belleza. Sin duda, el
metro de Moscú es una maravilla y las paradas más antiguas y céntricas son uno
de los principales motivos por los que visitar la ciudad. Es un museo o un
palacio bajo tierra.
Pasear por Moscú es recorrer buena parte de ese siglo XX que
marcó tanto a Rusia y a Europa entera. El edificio-mausoleo de Lenin, las
figuras y bustos de Stalin y hasta la perrita Laika y la carrera espacial tienen
su sitio en Moscú. Sus iglesias y catedrales y esos palacios y jardines reales nos
transportan a esos años gloriosos en los que la monarquía aún campaba a sus
anchas y disponía de presupuesto. El edificio de la KGB para los nostálgicos o
el teatro Bolshoi para los amantes del arte. Sin olvidar el monasterio
Novodevichy y su lago, que inspiraron a Tchaikovsky su gran obra "el lago
de los cisnes". Y también sitios tan curiosos como el primer McDonadls de
la era post-comunista o la parada de metro más profunda, con una escalera
mecánica de 3 minutos interminables, que subí y baje varias veces como si se
tratase de una atracción de feria.
Moscú no decepciona. Yo decidí visitar la ciudad en
invierno, no en la época más dura pero sí cuando aún nieva y los gorritos de
pelo y los abrigos y casacas tienen sentido. Girar una esquina y que te de el aire helado en la cara mientras
una señora ataviada aún al estilo de épocas pasadas, con su pañuelo en la
cabeza, te recuerda que no hace mucho allí no sabían lo que eran cosas hoy en
día tan asumidas como el capitalismo, el consumismo, el libre comercio o la
libertad.
Para mí, amante del cine clásico en el que tantas veces
hemos visto recreado el conflicto con el bloque soviético, y amante también de
la historia del siglo XX, Moscú resultó todo un abanico de iconos y escenarios,
de momentos irrepetibles. Tuve la sensación de, por unos días, haberme colado
en alguno de esos capítulos de los libros de historia que tantas veces he
leído.
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