miércoles, 6 de abril de 2016

Moscú, un viaje al mundo soviético

Desde niña me había fascinado ver a esos corresponsales de televisión que aparecían delante un edificio de colorines que parecía una inmensa casa de muñecas. ¡Algún día iré! (pensaba yo). Todos los turistas vamos buscando la foto delante de la catedral de San Basilio. En directo no decepciona. Es pequeña, bonita y algo super original.

Pero Moscú es mucho más que la Plaza Roja y su inmenso Kremlin, con la catedral de San Basilio al fondo, como guinda del pastel. Moscú es una ciudad que nos regala momentos en los que podemos llegar a sentir y entender cómo era la vida al otro lado del famoso telón de acero, cuando la URSS y el bloque comunista en general eran "el enemigo número uno del planeta". Hemos visto en documentales y películas sus edificios, su estética (que sigue fascinándonos todavía) y su estilo de vida. Porque aquello sí que era vivir de otra manera totalmente diferente. Y eso nos genera curiosidad, aunque sepamos que vivir bajo ese régimen  no fue precisamente una fiesta.

Moscú es conocida por la monumentalidad de sus edificios comunistas y de sus estatuas que rinden homenaje al régimen y a toda una época. Lejos de haberse devaluado, los moscovitas han sabido evolucionar sin dejar de reconocer y aceptar su pasado. El metro es un buen ejemplo; sobre todo las famosas paradas de la línea circular, la más céntrica. Son museos de iconografía comunista que siguen en pie por su innegable belleza. Sin duda, el metro de Moscú es una maravilla y las paradas más antiguas y céntricas son uno de los principales motivos por los que visitar la ciudad. Es un museo o un palacio bajo tierra.

Pasear por Moscú es recorrer buena parte de ese siglo XX que marcó tanto a Rusia y a Europa entera. El edificio-mausoleo de Lenin, las figuras y bustos de Stalin y hasta la perrita Laika y la carrera espacial tienen su sitio en Moscú. Sus iglesias y catedrales y esos palacios y jardines reales nos transportan a esos años gloriosos en los que la monarquía aún campaba a sus anchas y disponía de presupuesto. El edificio de la KGB para los nostálgicos o el teatro Bolshoi para los amantes del arte. Sin olvidar el monasterio Novodevichy y su lago, que inspiraron a Tchaikovsky su gran obra "el lago de los cisnes". Y también sitios tan curiosos como el primer McDonadls de la era post-comunista o la parada de metro más profunda, con una escalera mecánica de 3 minutos interminables, que subí y baje varias veces como si se tratase de una atracción de feria.

Moscú no decepciona. Yo decidí visitar la ciudad en invierno, no en la época más dura pero sí cuando aún nieva y los gorritos de pelo y los abrigos y casacas tienen sentido. Girar una esquina y  que te de el aire helado en la cara mientras una señora ataviada aún al estilo de épocas pasadas, con su pañuelo en la cabeza, te recuerda que no hace mucho allí no sabían lo que eran cosas hoy en día tan asumidas como el capitalismo, el consumismo, el libre comercio o la libertad.


Para mí, amante del cine clásico en el que tantas veces hemos visto recreado el conflicto con el bloque soviético, y amante también de la historia del siglo XX, Moscú resultó todo un abanico de iconos y escenarios, de momentos irrepetibles. Tuve la sensación de, por unos días, haberme colado en alguno de esos capítulos de los libros de historia que tantas veces he leído. 











































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